Este año mi estación de penitencia ha sido distinta, siempre la hago con una amiga desde la edad del pavo y este año ella no ha podido. Se te ha echado de menos y bastante. Este año he hecho todo el recorrido sola, y aunque parezca que no, el simple hecho de saber que a los lados no van los de siempre, da mucho que pensar.
No pude evitar emocionarme cuando fui consciente de todo lo que habían cambiado las cosas. Dónde está ese niño vestido de monaguillo, con su rayita al lado y sus caracoles, que a penas levantaba dos palmos del suelo, pegando varazos de un lado para otro, saludando a todo el mundo que veía....adorable a la misma vez que insufrible. Ese niño que lloraba con el corazón encogido cuando por inclemencias del tiempo, la hermandad no podía realizar su estación de penitencia. Ese niño que ya no es tan niño y que tiene ese don de emocionarte con el simple hecho de observar como vive ese día, tan intensamente como si fuera último. Ese niño que tiene sus defectos, como todos los tenemos, pero que ante todo tiene un corazón noble y siente lo que hace.
Dónde esta la madre, la que hacía doble penitencia, la suya propia y por defecto la del niño. La que heredó de su padre esta tradición, la que se la ha inculcado a sus hijos y la culpable de que ellos hagan lo mismo cuando llegue el momento.
Dónde está esa niña que iba junto a su prima, quietecita, con su varita, y sin dar ruido, todo lo contrario que su hermano...la varita de esa niña ha crecido, a la misma vez que lo ha hecho ella. Ayer esa niña, se sentía vacía cuando llegó la hora de vestirse de nazarena, pero conforme se iba poniendo la túnica, se iba llenando su espíritu, hasta que terminó, se miró al espejo y no vio a la mujer desganada, enfadada consigo misma, vio a la niña, la de la varita, la que bajaba las escaleras de su casa con toda la ilusión del mundo y más si podía haber. Se dio cuenta de que por mucho que cambien las cosas, por mucho que sienta que cada día es tan igual para ella como emocionante para los demás y que nunca llegará su hora....siempre, siempre, siempre hay que tener esperanza.
No soy una persona de querencias, todos sabéis lo "novelera" que soy...hoy me da por una cosa, mañana me da por otra...pero hay un gran excepción en todo esto y sucede cada Domingo de Ramos. Ayer me di cuenta, que soy incapaz de desvincularme de esa tradición que más que estar protagonizada por la fe, lo está por la felicidad que me aporta el recuerdo. El ver como a pesar del paso de los años, de los que se han ido, de los que han llegado, de los que están por llegar, siempre habrá un momento en el que el tiempo se paralice, la lágrima desaparezca entra una sonrisa y sienta pasado, presente y futuro como una sola ILUSIÓN.
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